La profunda crisis que atraviesa Cuba no puede entenderse sin mirar hacia el verdadero centro de poder en la isla: el conglomerado empresarial militar GAESA, controlado por la familia Castro. Así lo sostiene el politólogo e historiador cubano Oscar Grandío Moráguez, quien advierte que el país se encamina hacia un escenario de estallido social “catastrófico” si no se producen cambios estructurales.
Para Grandío, la transición pos-Fidel Castro no trajo aperturas políticas ni económicas. Por el contrario, consolidó un modelo basado en el enriquecimiento de una élite militar-familiar que controla los principales ingresos del país mientras la población vive entre apagones interminables, escasez absoluta y el avance de múltiples epidemias.
Aunque desde el 11 de julio de 2021 no se ha registrado una explosión social de la magnitud de aquel día, el Observatorio Cubano de Conflictos reporta que las protestas se multiplican. En noviembre se contabilizaron más de mil manifestaciones —la cifra más alta del año— motivadas por la falta de medicamentos, los prolongados cortes eléctricos y el abandono estatal durante la epidemia de arbovirus que afectó a millones de personas.
La respuesta oficial ha sido la misma de siempre: represión y silencio. Para el politólogo, este patrón revela un proceso de transición social en curso: “La gente está protestando todos los días y en todo el país”, afirma.
Grandío recalca que el poder real no está en el Gobierno ni en el Partido Comunista, aunque ambos mantengan el andamiaje formal del sistema. “La cúpula efectiva es GAESA, subordinada a las Fuerzas Armadas pero controlada por la familia Castro”, explica. Este grupo monopoliza desde hoteles y bienes raíces hasta las cuentas bancarias donde empresas extranjeras deben depositar salarios y pagos.
Ese control férreo permite al régimen apropiarse entre el 80% y el 90% del salario de médicos exportados a terceros países y de trabajadores contratados por firmas extranjeras. Según el politólogo, se trata de un “esquema de esclavitud moderna” que sostiene financieramente a la élite militar sin revertir beneficios a la población.
Mientras tanto, sectores esenciales como la salud pública, el transporte o la recolección de desechos se hunden. Gran parte del capital disponible se ha dedicado durante décadas a construir hoteles que permanecen vacíos, mientras las termoeléctricas —muchas de la era soviética— se deterioran al punto de provocar apagones de más de 12 horas.
La supervivencia económica del régimen dependerá en gran medida de lo que suceda en Venezuela. Aunque los envíos de petróleo han disminuido, continúan siendo decisivos para la generación eléctrica en la isla. Los acuerdos por servicios médicos, así como la presencia de asesores cubanos en áreas de seguridad venezolana, proveen ingresos vitales.
Una caída de Nicolás Maduro tendría implicaciones inmediatas para La Habana. Ni México ni Rusia —señala Grandío— tienen la capacidad de sustituir el petróleo subvencionado venezolano. Por eso el régimen cubano apuesta por resistir cualquier proceso de transición en Caracas: la estabilidad de Venezuela es su último salvavidas.
El investigador desmonta también uno de los argumentos más repetidos por el oficialismo: el llamado “bloqueo”. Aclara que se trata de un embargo parcial, lleno de excepciones, y que el principal proveedor de alimentos de Cuba es precisamente Estados Unidos. Las restricciones más severas, afirma, provienen del propio Gobierno cubano, que limita la iniciativa privada, controla las divisas y asfixia la producción nacional.
Las mujeres —en particular las mujeres negras— se han convertido en el rostro visible de la crisis y las protestas. Son ellas quienes lidian a diario con la ausencia de alimentos, los apagones y la sobrevivencia familiar. Este fenómeno, que el autor denomina “feminización de la protesta”, marca un cambio profundo en la sociedad cubana.
Grandío advierte que la caída del régimen podría no traducirse automáticamente en una transición democrática. La falta de organización estratégica de la oposición deja un vacío que, en caso de un colapso repentino, podría ser ocupado nuevamente por sectores del mismo aparato de poder.
Aun así, lanza una previsión contundente: “El colapso va a llegar. Y mientras más rápido se estructure la oposición, mayores serán las posibilidades de una transición real”.
(Con información de Infobae)
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