El régimen cubano insiste en reutilizar contenedores marítimos como supuesta solución a la crisis habitacional. Esta vez, la iniciativa proviene del primer ministro Manuel Marrero Cruz, quien ordenó acelerar el plan en Granma, presentando la medida como si fuera algo sencillo de montar, cuando en realidad miles de familias viven entre ruinas y estructuras temporales deterioradas.
La orden se publicó en el diario oficial Granma, mientras la realidad nacional sigue marcada por derrumbes, hacinamiento y refugios improvisados. El Gobierno continúa tratando los síntomas sin abordar la raíz del problema: décadas de mala gestión y falta de mantenimiento de la vivienda.
En Jiguaní ya se levantan cinco viviendas hechas con contenedores, con sala, cocina-comedor, baño y dos dormitorios. Aunque en papel suena funcional, en la práctica estos espacios metálicos se convierten en hornos bajo el sol cubano, imposibles de habitar durante meses calurosos y poco aptos para familias completas.
Las autoridades promueven la llamada “cargotectura” como solución rápida y económica, pero no ofrecen información sobre estándares de calidad, controles de seguridad ni fechas de entrega concretas. Tampoco explican cómo enfrentarán los problemas de aislamiento térmico, inundaciones o resistencia ante huracanes, aspectos esenciales para cualquier vivienda digna.
La insistencia en los contenedores ocurre mientras la crisis habitacional se agrava. En Santiago de Cuba, tras el paso del huracán Melissa, más de 137,000 viviendas resultaron dañadas, y la improvisación en la construcción de módulos metálicos se ha convertido en un capítulo más del caos. Incluso la visita de Díaz-Canel el 5 de diciembre no logró presentar un plan real; la demanda supera con creces cualquier capacidad existente.
En redes sociales y medios locales, como el periódico Ahora en Holguín, la reacción ha sido crítica. Madres, ingenieros y vecinos denuncian que estas estructuras son inhabitables bajo altas temperaturas, comparándolas con “hornos solares” y cuestionando su resistencia ante fenómenos climáticos extremos. A diferencia de otros países donde sí existen casas contenedor, en Cuba no se aplican normas ni estándares internacionales.
El propio Gobierno reconoció hace semanas que el programa ha sido un fracaso, después de haber liberado más de 1,700 unidades con avances muy lentos. Sin embargo, en lugar de replantear la estrategia, continúa profundizando el mismo error: parches temporales frente a un problema estructural que requiere inversión, infraestructura y voluntad política.
La conclusión es clara: los contenedores como viviendas permanentes reflejan la ausencia de un plan integral para enfrentar la crisis habitacional, dejando a miles de familias cubanas expuestas a condiciones extremas mientras se prolonga la improvisación estatal.
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