La Unión Eléctrica Nacional, la UNE, se ha convertido en Santiago de Cuba en el símbolo más claro de un poder que no escucha, no responde y no respeta. No se trata solo de apagones, que ya son insoportables por su frecuencia y duración, sino de algo más grave: el silencio institucional como forma de maltrato.
Llamas una vez, llamas diez, llamas cien y al otro lado no hay nadie. O peor aún, alguien contesta para no decir nada, para no informar nada, para no resolver nada. Es el descaro convertido en procedimiento.
Los cortes de corriente llegan sin aviso, se extienden durante horas interminables y dejan a barrios enteros sumidos en la oscuridad, el calor y la desesperación. Familias que no pueden cocinar, ancianos que no pueden descansar, niños que lloran porque no hay cómo preparar la comida o la leche, enfermos expuestos a mosquitos, calor y falta de higiene. Todo eso mientras la empresa que debería dar explicaciones se esconde detrás de teléfonos ocupados y líneas muertas.
No es solo falta de electricidad, es falta de humanidad. No es un problema técnico aislado, es un sistema que decidió no rendir cuentas. La UNE no informa: castiga con su silencio. Y ese silencio duele más que el apagón, porque transmite desprecio. Le dice al ciudadano que no importa, que su angustia no cuenta, que su tiempo y su vida valen menos que una excusa mal dicha.
La indignación crece en cada comentario, en cada denuncia pública. Madres recogiendo palos en la calle para poder cocinar, barrios enteros con más de 12 horas sin corriente, distritos donde el servicio llega apenas un par de horas al día. Y, aun así, cuando toca cobrar, ahí sí aparecen. Puntuales, firmes, amenazantes. Cortan el servicio si no pagas, pero no asumen ninguna responsabilidad por el desastre cotidiano que provocan.
La UNE exige disciplina, pero no ofrece respeto. Amenaza con tarifas altas y sanciones, mientras obliga al pueblo a vivir en condiciones infrahumanas. Eso no es eficiencia, es abuso. Y cuando un pueblo deja de recibir respuestas, empieza a sacar conclusiones. La oscuridad no solo apaga bombillos: también desnuda la verdad de un sistema agotado, incapaz y sordo ante el sufrimiento de su gente.
Fuente: Yosmany Mayeta
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