El hallazgo de los cuerpos de tres niñas, de entre 6 y 10 años, ejecutadas y abrazadas entre sí, ha estremecido profundamente a México y al mundo. Ocurrió en un tramo solitario de la Carretera 36 Norte, cerca de Miguel Alemán, en Hermosillo, Sonora.
Las pequeñas, según testigos, fueron secuestradas junto a su madre, cuyo cadáver apareció horas antes en la misma zona. Este espantoso crimen ha generado una ola de indignación en redes sociales, donde cientos de personas han expresado su dolor, rabia y desesperanza ante un país que parece perder cada día más su humanidad.
"Qué triste. Lástima que la presidenta se dedique más a criticar a Bukele que a imitarlo", escribió un usuario.
Otros respondieron señalando que "México es un país peligroso desde hace décadas", y que lo que sucede hoy es el resultado de una cultura de violencia arraigada y de una guerra contra el narcotráfico sin estrategia ni rumbo.
Los comentarios apuntan en distintas direcciones políticas, desde quienes acusan al actual gobierno de inacción y permisividad, hasta quienes recuerdan que esta violencia viene gestándose desde gobiernos anteriores.
Un ciudadano lo resume así: “Mi país está hundido en la violencia desde 2007, esto no es nuevo, pero se ha vuelto cotidiano, y eso es lo más aterrador”.
Otras voces reflexionan con crudeza: “México le rinde culto a la muerte”, “en mi país muchos jóvenes aspiran a ser criminales antes que profesionistas”. Muchos comparan la situación con El Salvador, señalando con ironía: "Abrazos no balazos, miren qué bien funciona". La indignación se vuelve dolor y luego desesperanza cuando alguien dice: "Eso no es un país, es un infierno para las mujeres y para las niñas".
"Esos cobardes no tienen alma", repiten varios, mientras otros se preguntan qué clase de sociedad permite que matar a una niña sea algo más en el noticiero. Los llamados a Dios, a los ángeles, al juicio divino, reflejan la impotencia colectiva frente a una tragedia que ningún ser humano debería aceptar como parte de la normalidad.
Este crimen ha dejado una cicatriz imborrable. Y aunque algunos insisten en señalar culpables políticos, el fondo del problema es más hondo: es una cultura de violencia, una impunidad brutal y un tejido social roto. Mientras las niñas eran abrazadas en la muerte, un país entero se desmoronaba un poco más.
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